No, no, no. Repetí aquel monosílabo como si fuera la única palabra restante en el mundo. No podía ser, mi vida se arruinaba en cada segundo, ya no sabía que hacer. Estaba hasta los cojones, por no decir ovarios, de tu olor a colonia de garrafón que inunda el ambiente a ratos, o no se si lo inundará por arte de mi mente. Se que quiero besarte cada minuto, cada hora, cada día...pero no puedo ni tocarte. Creo que...he dejado de creer en esa cosa llamada amor...no sé por qué...
Y ese maldito olor seguía ahí, no me dejaba concentrarme para escribir. Las lágrimas secas llenaban los cristales de mis gafas, y, aunque dejaron de salir, lloraban dentro, muy dentro. No sabía que hacer, si irme muy lejos, donde no me siguiera nadie, o quedarme en mi maldita casa, a seguir lamentándome. No quería seguir así.
Y volví a llorar, de nuevo, con más fuerza. Me lamentaba de qué había echo para que todo acabara así, y más bien no lo sabía...pero me daría cuenta después. Y cuanto más pensaba, más me dolía la cabeza, de un modo infernal.
Ya casi no siento, tengo las gafas sucias de desamor, los oídos tapados por el adiós y la nariz atascada por el maldito olor que sigue ahí.
Se que debía aprender de mis errores, pero parece que había tropezado en la misma piedra cuatro veces...demasiadas. Quizás el alcohol aquella noche me ayudase a superarlo, o quizás lo empeorase, no se, pero creía que no tenía nada que perder.
Demasiados errores juntos puedes ser fatales...o una puerta hacia una nueva salida a vivir. Quizás haya que abrir los ojos hacia una nueva vida...aunque cueste...aunque ahora...no me sentía muy capaz de ello. Habría que esperar un tiempo quizás para dejar que mi alma reposase en una mundana paz, corrompible por cualquier ondulación de la vida...